Los payasos, globos, confites, sorpresas, ollas encantadas, juegos y rondas de otrora fueron sustituidos poco a poco. Ahora predominan los mimos, caritas pintadas, zanqueros y personajes de las series de televisión.
Hasta las décadas del sesenta y setenta del siglo pasado muchas familias guayaquileñas mantuvieron la costumbre de festejar el cumpleaños u onomástico de los más pequeños del hogar con la tradicional matiné, a la que eran invitados sus familiares, compañeros de estudios y vecinos del barrio.
Aquella se hacía la tarde del sábado o domingo, aunque el día ‘propio’ haya ‘caído’ a mediados de semana. La familia colaboraba en la organización de la fiesta; las guirnaldas, serpentinas y ollas encantadas solían hacerse en casa.
Sin embargo, numerosos fueron los locales adonde iban los papás o mayores a comprar lo necesario: almacenes Antepara Palomeque, Lilita, Carlín, La Raspa, Santiago, etcétera, para los globos, guirnaldas y juguetitos de las sorpresas y las ollas encantadas. De igual manera, a La Palma, El Saloncito, F. Bravo, Delfín Noroña, La Fuente y otros para los bocaditos y tortas, que también preparaban conocidas familias de la ciudad.
No faltaban los caramelos y galletas de La Universal, La Roma, La Nueva Italia y más confiterías que surgieron. A la ‘chicha’ y refrescos caseros se incorporaron las colas de distintas marcas y el plato fuerte del menú fiestero (arroz con pollo, por ejemplo) se servía en platos de loza o hierro enlozado.
La costumbre de los mensajes musicales era intensa a cualquier hora por las radioemisoras Cristal, Cóndor, Universal, América, entre otras. Las tarjetas de invitación se compraban sueltas o por docenas en las imprentas Delta, Lucín, Gutiérrez, Lituma, San José, Santos, Crisol y similares.
Los concursos de ponerle la cola al burro, el huevo con la cuchara y ensacados, las rondas y romper la olla encantada (moderna piñata), eran los juegos de la chiquillada.
Pero los tiempos cambiaron y también las fiestas infantiles. Los artistas empresarios ofrecieron entonces programas con payasos, mago, películas y shows con disfrazados que imitan a los personajes de las series de televisión.
Para los de recursos económicos o que se preparan con tiempo, actualmente les resulta cómodo alquilar un local de eventos, que incluye títeres, payasos, cine, caritas pintadas, mimos, filmación, pantalla gigante, bufés y por supuesto, la piñata de cartón o cartulina, que dejó atrás la popular olla encantada, que era de barro.
Las matinés actuales ya no comienzan a las tres o cuatro de la tarde, sino más tarde. Los fotógrafos resultan raros, ya que familiares y amigos captan las fotos con celulares y cámaras digitales. Los saludos radiales se escuchan menos y el baile de la botella, el regaetón y otros ritmos alejaron a las rondas de las matinés. La vajilla de plástico (platos, cucharas y vasos) es común.
Por ello, muchos mayores evocan sus fiestas de niñez en la segunda mitad de la centuria anterior, cuando rieron con los payasos Frejolito y Cartuchito, los magos Olmedini y Palmer, Sullivan, Don Cheto, la Escuelita Cómica y otros artistas locales. En la actualidad nuestros niños se divierten con las representaciones de Bob Esponja, Barney y la Pantera Rosa, y prefieren hamburguesas y hot dog como parte del menú de la fiesta.
Tradicionistas como Jenny Estrada, Guido Garay, Rodolfo Pérez Pimentel resaltan esos capítulos que se unen a las vivencias de tantos guayaquileños que, en las tertulias familiares, bancos de parques y acogedores sitios de reunión se alegran con tales añoranzas del Guayaquil del ayer.
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