La Policía continúa las indagaciones para determinar los móviles del hecho.
Tras permanecer cuatro días secuestrado, el ex canciller Diego Paredes Peña cuenta la odisea vivida y cómo logró liberarse. Resalta su fe y pide al Gobierno dotar de mejores equipos y armas a la Policía.
“Era las 09:00 del sábado 9 de junio, había un sol brillante y me dirigía a una de mis propiedades que tengo al ingreso de Esmeraldas, en la zona de Viche. Al curvar me encontré con un vehículo del que se bajaron cuatro pistoleros con armas grandes.
Yo nunca noté que alguien me estaba persiguiendo o vigilando, obviamente habría tomado medidas. No pude fijarme en las características (de los hombres) porque fueron segundos. No pude apreciar nada por el susto.
No había posibilidad de escapar, dar retro imposible, porque el camino era estrecho y malo. Estaba en sus manos.
Me bajaron de la camioneta. El primero de ellos me apuntó con su arma en la cabeza, todo esto acompañado de insultos terribles, tratando de bajarme la moral, de asustarme para que perdiera el control. Los cuatro se acercaron, me tomaron de los brazos y me llevaron a su camioneta de cuatro puertas.
Me pusieron en el asiento de atrás, uno iba en el lado derecho y me obligaron a que me recostara en su pierna, el otro se puso al lado. Adelante iban el chofer y un copiloto.
Habremos recorrido unos 45 minutos, notaba que la carretera estaba pavimentada. Era lo único que podía sentir, porque me tenían puesto una cobija encima. Iba todo el tiempo agachado. No dejaron moverme.
Paramos en un sitio que era por una guardarrayas. Noté que había un ruido de motor de un camión. Me hicieron descender de su camioneta, me vendaron los ojos, me amarraron las manos y me taparon la boca, dejándome apenas respiración, y empezó el ablandamiento moral y físico.
Me quitaron las botas de caucho, las medias, me dejaron los pies desnudos. Me decían que yo era un criminal que había mandado a matar a una persona y esto era un ajuste de cuentas, por tanto tenía que morir.
Después continuaron con el asedio moral, me dijeron que era un ladrón, un explotador que tenía que pagar, me amenazaron con que me iban a vender a las FARC (Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia) y me advirtieron que ahí sí me quedaban tres o cuatro años, si es que salía con vida.
Entonces yo les dije que consulten a las FARC que creo que no sería un buen negocio tener a un ex canciller de la República entre sus secuestrados y que seguramente las FARC no iban a aceptar este negocio.
Me subieron a un camión, iba tirado boca arriba. Ellos me pisaban el estómago, se notaba que era gente fornida porque era un alto peso el que tenía sobre el estómago.
¡Quieto!, me decían, me pisaban en el pecho, me daban patadas, llegaron a darme un puñete en la cara, estaba vendado y amarradas las manos Yo les dije que me sentía mal, estaba jadeando no solo por el maltrato físico sino porque tenía muy mala respiración.
Uno de ellos –posiblemente el jefe de ese grupo– les llamó la atención a los que me estaban haciendo esto, les dijo que van a matar a este viejo, entonces dejaron de golpearme.
Esa fue la primera posibilidad que yo vi para escapar. El camión se paró en un retén de Policía, lo deduzco porque se acercaron a mí con una pistola en la cabeza y uno de ellos me amenazó en voz baja, ¡cállate, viejo...! No digas nada porque te meto un tiro. Entonces desistí y me encomendé a Dios y a Juan Pablo II para que me protegiera. Esa fe me ayudó mucho.
Seguimos por un camino de lastre. Al cabo de tres horas y media pararon y me arrastraron hacia la puerta del camión. Entonces se escuchaba que discutían entre ellos, si bajarme en ese momento o esperar hasta la noche. Yo me imagino que me pusieron una cobija para que la gente no me viera.
Después caminé, no habrá sido más de 30 metros, ahí pude ver a través de la venda un cuadrado de 50 x 50 y había una persona tapada enmascarada que es la que me recibió. Me metieron a un hueco de 1,50 x 1,80 y por 2 metros de alto cavado en la tierra. En la entrada había un tubo con un codo para proporcionar aire a esta prisión. En una esquina había un baño higiénico sin agua.
Al lado derecho no estaba cavado al nivel del piso sino que tenía 30 centímetros más alto para que me sirviera de cama, en la mitad había un pedazo de cemento y un fierro en donde me amarraron las manos y la pierna izquierda, la derecha la tenía libre. Me amarraron con cadenas muy finas con un candado que después logré abrir.
Yo sabía que el único bien que tenía era mi vida. No perdí la cabeza, me concentré y lo primero que hice fue, con un tremendo dolor, irme aflojando las cadenas. Nunca estuve con las manos libres, me hice experto en sacarme y meterme la cadena para que mis captores no sospecharan.
Durante los días que permanecí recluido en ese hueco, una persona enmascarada me llevaba la comida que consistía en plátano verde.
Sabía que estaba en la Costa por el calor y porque empecé a oír con el transcurso de los días la bulla de la gente. Al tercer día de mi reclusión, el lunes, escuché una escuelita cerca, los niños que se formaron entonaron el Himno Nacional y el himno de Esmeraldas.
La primera noche no dormí nada, fue una película macabra. La tercera noche dormí muy bien tres o cuatro horas porque ya tenía un plan.
Después de lograr tener las manos libres, forcejeé durante horas con un clip que se quedó en el bolsillo de mi camisa y con eso intenté abrir las seguridades, pero resultó imposible.
Entonces miré al tumbado. Allí vi que en la puerta había unas pequeñas alfajías (madero de sierra) de 50 por 50 y pensé que podría romper las cadenas. Trabajé por horas hasta conseguir ese palito que fue el instrumento de mi liberación.
Desde el primer instante que ellos me secuestraron me dije salgo libre o muerto. La maderita, en el cuarto día hizo que se reventaran las cadenas. Ese fue el día más feliz de mi vida. Quería salir corriendo, pero me dije cálmate, tranquilo, tienes que salir en el momento preciso.
Esperé a la persona que me traía los alimentos para que diera la última comidita de la noche, la única que comí completa y con hambre porque sabía que iba a necesitar energías.
Al momento de retirarme las tarrinas me despedí del sujeto y le dije que Dios lo bendiga y esperaba que mañana fuera un mejor día. Quería que se fuera con una impresión de cansancio y de desánimo para que no sospechara.
Cuando salí del hueco estaba oscuro, pero no muy de noche. Pensé en que debía haber gente en la calle porque si no me podían matar como a un perro y regresarme al hueco. Salí planificando todo.
Me arrastré y llegué hasta una malla de alambre e inicié mi fuga.
Después de correr 100 metros me encontré con unas señoras que me indicaron dónde quedaba la Policía. Me dirigí hacia allá y apareció un taxista, le pedí que me llevara a Esmeraldas. Pasamos al retén y fue ahí donde terminó mi tragedia.
Después de vivir estos cuatro días en cautiverio no guardo rencor personal en contra de mis captores, espero que rectifiquen su proceder.
El presidente de la República, Rafael Correa, me llamó y le pedí que hiciera una inversión importante para la Unase (Unidad Antisecuestros y Extorsión), para que pueda luchar contra este flagelo.
Yo corrí con suerte. Ahora hay que cuidarse más. Nunca pensé vivir algo como esto, si tengo energías espero impulsar una ley antisecuestros que reprima este grave delito”.
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