Una investigación revela que las expresiones faciales no son fruto ?del aprendizaje, sino que son innatas.
La sonrisa no se aprende. Es innata, al igual que el ceño fruncido, el disgusto, la sorpresa o el mal humor. Están escritas en los genes, como el conjunto de las expresiones faciales que denotan el estado de ánimo de una persona, desde la alegría a la tristeza. Al menos esta es la conclusión a la que han llegado investigadores de las universidades estatal de California y de Columbia Británica en un estudio publicado en la revista Journal Personality and Social Psychology .
La comunidad científica ya sospechaba desde los años sesenta que la las expresiones no se construyen con el aprendizaje social en el que las personas, ya desde bebés, se fijan en lo que ocurre a su alrededor para mover la boca, hablar, caminar, comer o adquirir otros gestos necesarios para la convivencia. Pero la demostración de esta intuición ha llegado con la comparación del comportamiento de atletas ciegos y otros con visión durante los Juegos Olímpicos y Paralímpicos de Atenas en el 2004. En total se analizaron 4.800 fotografías en las que se recogían las expresiones de los deportistas en el momento de recoger las medallas en el podio. Todos, tanto los invidentes de nacimiento como los videntes, utilizaron las mismas expresiones faciales, movimientos musculares en respuesta a estímulos emocionales específicos. Los ganadores mostraron una sonrisa auténtica, en la que los ojos brillan y se entrecierran y las mejillas se enaltecen.
Por el contrario, los clasificados en segundo y en tercer lugar recurrieron durante la ceremonia de entrega de premios a la denominada sonrisa social, en la que se emplean solamente los músculos alrededor de la boca. Una forma, quizás, de querer aparentar felicidad cuando aún no se ha asimilado la derrota.
«Dado que los individuos ciegos de nacimiento no pueden haber aprendido los comportamientos en momentos de orgullo o de bochorno mirando a otros, sus expresiones de victoria o derrota probablemente sean una propensión biológica innata en los humanos más que una conducta aprendida», explica Jessica Tracy, de la Universidad de Columbia Británica y autora principal del estudio.
Vestigios de la evolución
«Esto podría suponer que nuestras emociones y el sistema que las regula son vestigios de nuestra evolución histórica», señala el otro responsable de la investigación, David Matsumoto, de la Universidad estatal de California. «Quizás -agrega el experto-, en respuesta a las emociones negativas, los humanos hayan desarrollado un sistema que lleva a cerrar la boca para prevenir gritar, morder o proferir insultos».
Los investigadores admiten que es necesario realizar más estudios, también en personas sordas, para averiguar los mecanismos que están detrás de las emociones. Aunque los datos recogidos hasta el momento sí indica que «existe una base genética que hasta ahora no teníamos en cuenta».
martes, 30 de diciembre de 2008
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