Los moradores piden mayor control policial, especialmente en las horas pico y en el parque.
Carmen M. sujeta su cartera con fuerza y cruza apresurada por el parque de La Alameda, en el centro de Quito. La mujer trabaja más de tres años en una de las peluquerías de la avenida Gran Colombia y señala que ha sido testigo de asaltos y robos. “Por aquí la delincuencia es terrible”, señala.
Los moradores del sector sienten que los antisociales tienen el control. “Se pasan rondando todo el día, se los ve más que a la Policía”, refiere con ironía Rosa Sanaguano. La mujer vive más de 40 años en el lugar. Los cristales opacos y empolvados de su vivienda se han convertido en lentes para observar lo que sucede en la calle Antonio Elizalde.
“Cuando las personas caminan despistadas, los bandidos les quitan lo que pueden. Ya les conocemos, tienen su zona”.
“Todos los días veo cómo los transeúntes son asaltados y robados en la Gran Colombia”, dice Carmen M. “Es impresionante la habilidad y la rapidez de los ladrones. Cuando arranchan aretes se guardan en la boca”.
Alicia H., vecina del barrio, apunta a las gradas de la Elizalde y Ríos, un acceso hacia el Itchimbía. Allí falta iluminación, sostiene. “En la noche nadie se atreve a subir por ahí; es un riesgo”.
Según Sanaguano, esa escalinata es una salida de escape para los asaltantes. “Los malhechores salen corriendo por esas gradas, luego de robar a los peatones”.
Fanny Guevara, otra moradora y comerciante, considera que el barrio es muy desorganizado y que esto impide que puedan enfrentar a la inseguridad. “Aquí cada persona actúa por su cuenta, hay mucho egoísmo”.
La vecina comenta que hace un par de años el Municipio intentó organizar a los vecinos, pero todo se desintegró por la falta de colaboración de los moradores. “Dejé de participar, porque nadie ayudaba y los rateros empezaron a tomar represalias, nos ficharon”.
Los comerciantes y habitantes demandan mayor patrullaje. Carmen M. indica que desde hace dos años su local se cierra temprano, por temor a los asaltadas. “Antes teníamos la peluquería abierta hasta las 20:00, pero ahora cerramos a las 18:00”.
Wilson Álvarez, guardia de un amplio local comercial, cuenta cómo el mes pasado una persona que salía haciendo compras fue víctima de las fechorías de los delincuentes. “ La señora regresó llorando y me pidió que la ayudara, pero cuando salí los asaltantes ya se habían esfumado. Nosotros tenemos cámaras, y siempre estamos atentos. Sin embargo, eso no es suficiente, porque en nuestro local se han reportado robos”.
Él también señala que falta vigilancia policial. La Unidad de Policía Comunitaria (UPC) que se encuentra en la calle Ríos es sometida a restauración. Actualmente los uniformados tienen un improvisado dormitorio en el inmueble de un vecino.
Uno de los policías sostiene que no se dan abasto para controlar el sector. Gloria Rodríguez, moradora, reseña que los uniformados no cuidan a los transeúntes.
“Cruzar por el parque La Alameda es un peligro. Hay más ladrones a las 06:00, a las 12:00 y desde las 18:00, en los ingresos y salidas de los estudiantes”.
“Somos seis policías”, responde un uniformado. “Dos salen franco y cuatro estamos de turno. Ayudamos al ingreso de estudiantes en las escuelas y también patrullamos. Pero mientras estamos en un sector, los delincuentes hacen de las suyas en otro”.
El agente dice que no cuentan con el equipo necesario para combatir la ola delictiva. “Nos faltan radios de comunicación”.
Testimonio. Luis Yunga/ Comerciante
‘Los ladrones no dan tregua’
Trabajo en este local desde hace más de un año y cuando salgo a la vereda veo cómo la gente es asaltada. Es increíble pero al resto de transeúntes le da igual. Los delincuentes vienen en grupos, actúan solo con gestos, se hacen señales con las manos o puños.
A la Policía ni se la ve, es como si no hubiera UPC. Por eso, los dueños de los locales comerciales y los trabajadores hemos buscado una solución. Cuando detectamos a un sospechoso nos comunicamos y salimos a ver qué pasa.
Pero cuando los ladrones vienen, no dan tiempo para nada; no hay tregua. En febrero me robaron USD 1 000. Estaba con varios clientes y, mientras atendía a uno, los delincuentes han abierto las vitrinas y se han llevado la mercadería. Cuando me di cuenta ya fue demasiado tarde.
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