viernes, 21 de diciembre de 2007
La terminal de Guayaquil con un nuevo aire de centro comercial (fuente elcomercio.com seccion ecuador )
La recién inaugurada central de pasajeros de Guayaquil acoge a visitantes de todas partes del país. Los pasillos, boleterías y locales encierran diversas historias.
Con su sillón de betunero, José Guamán se alista para iniciar su jornada diaria. Mientras camina hasta su puesto, en el exterior de la terminal terrestre de Guayaquil, se encomienda a Dios para tener buenos clientes.
Él es uno de los 15 lustradores de zapatos que laboran en la central de transporte desde hace 17 años. “Con el nuevo edificio hay más visitas. Eso es bueno para el negocio”, dice mientras prepara su brocha y un betún negro.
En las puertas de ingreso a la estación, los 200 000 visitantes diarios (cifras de la Fundación Terminal Terrestre) inician su cotidiano trajín. Con ternos, uniformes, en jeans o simplemente con zapatillas la mayoría de usuarios se apresta a comprar un boleto para viajar. Otros prefieren recorrer los 260 locales del ‘outlet’.
En medio de esta oleada los carretilleros arrastran grandes y pesados bultos. 90 hombres conforman esta asociación que traslada cargas por USD 0,50 y 2.
Algunos, como Freddy Moreira, han brindado este servicio por 22 años. En 1985 comenzó a laborar en el primer edificio de la terminal. “Desde ese tiempo he mantenido a mi familia con este oficio”.
El número uno resalta en su carreta. A medida que se acerca al área de boleterías, comenta que su posición no solo es por antigüedad, sino por la buena atención.
Cerca de las ventanillas Moreira se confunde entre la multitud. Ahí, cerca del mediodía, es común escuchar los gritos de los vendedores que anuncian los viajes. “¡A Riobamba!”, “¡Quito directo!”, “¡El bus para Milagro sale en cinco minutos!”.
“Esa costumbre aún no se pierde”, dice Martha Cabrera mientras acelera el paso para alcanzar el bus Rutas Milagreñas.
Las escaleras mecánicas casi siempre están llenas, ya que muy pocos utilizan las de cemento. A cada minuto, decenas de usuarios suben y bajan, uno detrás de otro.
“Deberían poner una de estas en cada casa”, repite entre risas Víctor Villamar. Para este hombre de 75 años resultó una novedad la tecnología de las escaleras.
“Es la primera vez que vengo, antes era distinto”. Precavido, no solo se apoyó en su nieto, sino que tuvo su pie levantado tres escalones antes de llegar al primer nivel.
Con su boleto en la mano, se aventuró a pasar el torniquete en el área de salidas intercantonales. Como él, varios viajeros requirieron la ayuda de los empleados de la Fundación Terminal Terrestre para usar los boletos electrónicos.
Algunos aún tienen problemas para ubicarse en el lugar. “En la pared roja... ahí es el ingreso a los buses”, indica Félix Alarcón.
Él se dedica a la limpieza de la terminal, pero cuando le toca trapear la zona de las escaleras se convierte en un centro de información. Solo en un par de minutos aclaró más de 15 inquietudes.
“El flujo de personas deja sus huellas, sobre todo en el piso”. Por eso, Alarcón continúa su tarea. Esta semana le tocó trapear y vaciar los basureros de uno de los pasillos del primer nivel. Ahí, 1 000 baldosas lo esperaban.
Ya en la noche decenas de personas se concentran en un local de cabinas telefónicas. Sus historias se cuelan entre los vidrios de los 10 locutorios del lugar.
Saludos, malas noticias, conversaciones amorosas o laborales retumban en los auriculares de los teléfonos, ocupados todo el día.
Son las 20:00 y José Guamán recoge su sillón. Con pausa cuenta cada moneda que le dieron por lustrar zapatos. Al final, fue una buena jornada con 40 clientes.
Personajes y contextos
Las salas de espera tienen poca acogida. Antes de viajar a Riobamba, María Sagñay y su esposo prefirieron aguardar cerca de los baños con varios paquetes.
Los vendedores informales buscan su espacio. Con su hijo de 1 año en brazos, Rosa Cashipunga esquiva a los guardias de seguridad en la terminal para lograr vender chicles a USD 0,25.
En los fines de semana suben las venta. Los propietarios de los locales comerciales obtienen hasta USD 5 000 de ganancias. El patio de comidas también se llena.
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