martes, 22 de mayo de 2007

SANTIAGO DE CHILE

Una corta visita por la capital chilena envuelve al turista en el ajetreado vaivén santiaguino. Una auténtica metrópoli que nos invita a conocer su gente, costumbres y cultura ... Así sea por tres cortísimos días.


En Santiago nadie se pierde. Ni el chileno ni el extranjero. Y es que es casi imposible no ubicarse en una ciudad donde hay mapas por todas partes. Señalizaciones a cada paso, nombres de calles escritos con letras bien grandes y para colmo, guardias que se acercan -sin que nadie los llame- a preguntar si estamos desorientados o necesitamos su ayuda.

Capital y principal núcleo urbano de ese país, la ciudad se presenta como una verdadera metrópoli para propios y extraños. Dicen que no es posible respirar la cultura de un lugar en menos de una semana, sin embargo, quien les escribe pudo hacerlo en tres días. ¿Cómo lograrlo? Preparando el estado físico (para largas caminatas), durmiendo bastante en el avión o carro de ida (porque allá su día empezará bien temprano), conversando con los santiaguinos (así no los conozca), y dejándose llevar por una ciudad que envuelve desde el primer instante.

Ferrocarril metropolitano
Hace dos meses, cuando visité esta capital, la temperatura al amanecer (07:00) era de 15 grados. Aunque en actuales momentos la ‘metrovía’ chilena (buses articulados) está pasando por difíciles días de adaptación, sin embargo el metro de Santiago (subterráneo), se muestra como uno de los mejores en el ranking mundial.

El sistema de señalética del metro ha sido planificado de forma didáctica, sencillo para cualquiera, así como los mensajes pro cuidados del metro. Posee cinco líneas, 85 estaciones y transporta a más de un millón de pasajeros diariamente. Todas las estaciones son de primera. Transportarse vía metro de Santiago permite también conocer las costumbres de los pasajeros, donde nadie bota basura, raya o daña paredes, ni hace bulla. Las personas están atentas al ingreso de gente de la tercera edad, discapacitados o embarazadas, para enseguida cederles el asiento.

Con libreta en mano, memorizaba las principales estaciones del ferrocarril. Iba rumbo al sur de Santiago. Mientras tanto, veía la ciudad con sus inmensos árboles, las numerosas fábricas multinacionales, los edificios con grandes letreros de venta o alquiler de departamentos. La oferta era variada, pero en general los precios son altos, en comparación con Ecuador.

Metrópoli sureña
Santiago ha sido históricamente la principal urbe de Chile, a nivel político y económico. Por esa razón es la sede de grandes empresas multinacionales, que utilizan a Chile como país plataforma para llegar a otros mercados, mientras el repunte económico la ha convertido en una ciudad de negocios.

Se encuentra a una altura media de 520 metros. Emplazada dentro de un terreno montañoso e interrumpido por algunos ‘cerros islas’, como el Cerro Blanco, Santa Lucía, el San Cristóbal.

Santiago sorprende por su orden y limpieza. La ‘hora chilena’ es la hora puntual casi siempre. La gente en las calles camina a paso rápido y estresada. Los santiaguinos son muy respetuosos de las leyes de tránsito. El ‘pare’ es ‘pare’, así vayan apurados.

Si vas para Chile...
Posiblemente el sector sur de la ciudad no conste entre los sitios turísticos de Santiago, sin embargo, es un excelente lugar para conocer la vida familiar. Por fin pude comer las famosas empanadas chilenas y comprar vino ‘Concha y Toro’ en la botillería de la esquina. Fue interesante saber que ellos llaman a sus empanadas “de pino” (no chilenas) y a la tienda de jugos y colas “botillería”. Un delicioso ‘completo’ (sándwich) es el almuerzo tradicional para quienes andan en la calle. Qué sabroso también es el lomo completo, el chacarero o un barros luco. Y es que Chile desde hace años acuñó la sandwichería, convirtiéndola en gastronomía propia. Por eso, sus emparedados son bien chilenos.

A diferencia del norte de Santiago, las varias comunas del sur están formadas por condominios (calles Atahualpa y Vicuña), donde habitan cientos de familias. La gente es amable e invita a conversar con ellos. Los niños distinguen fácilmente que soy turista y empiezan a preguntarme de dónde soy y cómo es mi país. Sacan sus dotes de vendedores, intentando vender todas las manualidades que hicieron en clases. Quieren ahorrar dinero. “Para ir a Viña del Mar”, dijeron.

El pueblo chileno en su mayoría es muy católico. Recorrer las iglesias es una experiencia enriquecedora. Aquel pequeño santuario en Campanario 213, puede dejar sin aliento a cualquiera. Rodeado de árboles, flores, césped, bancas sombreadas y una cruz de casi cuatro metros al aire libre, impresionan. A más del silencio y paz absolutos que se perciben.

Bellavista es otro destino obligado. Un barrio bohemio, gastronómico y artístico. Se ubica entre dos comunas (Providencia y Recoleta). Sector favorito de Pablo Neruda, allí construyó la casa La Chascona, en honor a su última esposa, Matilde Urrutia. También se encuentra el centro cultural Camilo Mori, la entrada al parque metropolitano, donde hay venta de artesanías, y el cerro San Cristóbal, una montaña en pleno centro de Santiago. Esta supera los 800 metros sobre el nivel del mar. Está custodiada por una estatua de la Virgen de la Inmaculada Concepción. Este lugar muestra una vista impresionante de la ciudad. Se puede llegar en carro o teleférico y dar un paseo antes por el Zoológico Metropolitano.

La Plaza de Armas es el centro mismo de la urbe. Chilenos se mezclan con extranjeros en una infinidad de acentos del idioma español. Argentinos, peruanos, uruguayos, bolivianos, colombianos, ecuatorianos, hablando de sus países, mientras decenas de aerografistas (pintores de aerógrafo) retratan a los transeúntes. La catedral de Santiago, el Correo Central, la Municipalidad, decoran las calles de aire colonial y europeo, principalmente el Barrio Cívico, donde está el Palacio La Moneda, sede del Gobierno.

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