Se vinculan las contravenciones al estrés, el poder y los complejos.
Circular por las calles de Guayaquil es un riesgo. Aun quienes manejan con precaución pueden convertirse en víctimas de los que tienen prisa, sufren del estrés o simplemente se sienten poderosos frente al volante.
El psiquiatra Pedro Posligua clasifica a los choferes en general dentro del tipo de personalidad A: “de cierta forma agresivas, competidoras, que quieren estar siempre primeras”.
Estas personas están expuestas a la hipertensión arterial, infarto cardiaco, derrame cerebral o a cambios metabólicos porque son compulsivas.
Son las 18:30 (hora pico) de un lunes. A la altura de Chimborazo y Diez de Agosto todos parecen tener prisa. Un auto Spark rebasa por la derecha a un Montero que se detuvo en el semáforo cuando la luz cambiaba de amarilla a roja.
La acción –acompañada de la presión del pito del Spark y de otros carros que teniendo la luz del semáforo a su favor debieron detener su marcha bruscamente para evitar un choque- es común en esta y en varias zonas de la urbe, donde se ubican oficinas y áreas comerciales.
Conducir se ha vuelto una aventura. Incluso quienes lo hacen con precaución pueden convertirse en víctimas de los que tienen prisa, sufren del estrés diario o simplemente se sienten poderosos frente al volante, según los especialistas y los propios conductores.
“Yo me volví mal hablada cuando aprendí a manejar y si un carro me cierra me enojo y le hago lo mismo, ¡¿a ver si le gusta?!”, comenta una mujer, para quien los accidentes de tránsito son causados en su mayoría por taxistas y buseteros.
A sus 50 años y con 30 de experiencia en las calles de Guayaquil, César Livino, un chofer de la línea 98, dice que se levanta a las 03:30 para alistarse, chequear el micro y estar un poco después de las 04:00 en la estación, desde donde cumple una “media guardia” de cerca de diez horas.
Danny Osorio, de la cooperativa Juan Pablo II, en cambio, trabaja 16 horas por día. Ninguno acepta cometer infracciones con intencionalidad o por sentirse poderosos en el volante, pero sí hablan de una larga y estresante rutina en la que deben “lidiar con el tráfico, los pasajeros y los ‘10-300’ (como llaman a los vigilantes de la Comisión de Tránsito)”.
En un bus de la línea 80, el conductor Ciro Oñate asegura que para no alterarse frente a la imprudencia de otro chofer o de los pasajeros “debo respirar tres veces profundamente”, pero los usuarios del servicio público aseveran que pocas veces encuentran un buen conductor y en su mayoría opinan que “los choferes rebasan por donde quieren, no conservan distancia, dejan y cogen pasajeros donde les conviene”.
La usuaria Mariuxi Ortiz los acusa de groseros.
Pero, ¿qué ocasiona este comportamiento en los choferes? La psicóloga Romy Albuja cree que las fallas se originan en la falta de valores de la mayor parte de los transportistas.
Además indica que ellos no saben administrar su dinero y por eso tienen líos económicos, “muchos tienen problemas de egocentrismo y aparentes sentimientos de poder y superioridad, no solo por el carro grande que cargan, sino por un complejo de inferioridad”, afirma.
En el intento de cambiar esta realidad la Federación de Choferes del Ecuador busca rehabilitar las escuelas de conducción pero que sean más estrictas, según Ricardo Onofre, secretario general de la entidad.
Para formar mejores conductores señala que el nuevo reglamento exige que los estudiantes a más de tener 18 o más años de edad tengan el título de bachiller, precisa Onofre.
Los médicos, por su parte, recomiendan un seguimiento psicológico.
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